Zoom, Facetime, Instagram, Telegram, Whatsapp… Antes de que estas herramientas existieran anulando el espacio que otrora se alzaba entre nosotros (parece que ha pasado un siglo) nos comunicábamos en la distancia por correo electrónico. Y antes de ello, por carta. Entre las razones para escribir cartas, el amor, la amistad y la pasión siempre ha sido uno de los más comunes. ¿Quién no ha escrito jamás una carta de amor? Seguramente cualquier lector con menos de 30 años. Pero los que ya hemos dejado atrás el medio siglo, garabateamos más de una vez el rastro de nuestros sentimientos sobre un folió en blanco, que luego introducimos en un sobre para echar al buzón. Algunos escritores ilustres ya desaparecidos escribieron cartas de amor inolvidables que hoy, salidas a la luz, nos conmueven incluso más que sus novelas o sus poemas. La lista de manifestaciones de amor por correspondencia dignas de figurar en una antología es ingente, puesto que cuando el talento y la emotividad coinciden el resultado suele ser memorable. En Escribir Bien y Claro, en este caso, hemos escogido tan solo cuatro ejemplos maravillosos: Albert Camus y María Casares; Pardo Bazán y Galdós; Carmen Laforet y Elena Fortún; y Borges y Estela Cantó. Disfrutemos.

Camus y Casares

Ambos se conocieron en París en 1944. María Casares era una brillante actriz de origen gallego, hija del que fuera presidente de la república española, Casares Quiroga. Él, nacido en Argelia, fue uno de los intelectuales más influyentes de su tiempo. Su relación duró 12 años, hasta la muerte del premio nobel, y estuvo marcada por la solidaridad, la transparencia y la generosidad mutua. En uno de sus primeros intercambios epistolares leemos con emoción:

Camus: “Eres lo más interno que tengo, es a ti a quien me remito”.

Casares: “Ven pronto. Te espero, totalmente volcada en ti, y rezo, rezo, rezo”.

Pardo Bazán y Galdós

“Miquiño mío”, así encabeza a menudo Emilia Pardo Bazán sus cartas a Galdós. Unas misivas que empezaron siendo eminentemente profesionales pero que terminaron por ser apasionadas y repletas de un humor tierno y desacomplejado:

«Pánfilo de mi corazón: rabio también por echarte encima la vista y los brazos y el cuerpote todo. Te aplastaré. Después hablaremos dulcemente de literatura y de la Academia y de tonterías. ¡Pero antes morderé tu carrillito».

Carmen Laforet y Elena Fortum

Carmen Laforet fue una prodigiosa escritora que ganó el Premio Nadal en España con tan solo 23 años. Elena Fortum creo el personaje literario de Celia, que leyeron miles de niños, niñas y jóvenes españoles en los primeros años del siglo XX, antes de la guerra civil que la llevaría a su exilio en Buenos Aires. La correspondencia entre Fortum y Laforet también estaba repleta de amor, aunque en otra de sus versiones, quizás la mejor: el amor de la amistad. Ambas se carteaban y se contaban los detalles más íntimos de sus vidas. Laforet le confesaba en una de sus cartas que ella, de chiquilla, le «hablaba sin haberte visto nunca y te contaba mis pequeñas cosas. ¿No es extraño esto? Nosotras estábamos destinadas a conocernos…».

Borges y Estela Cantó

Jorge Luis Borges se enamoró perdidamente en 1938 de Estela Cantó, veinte años más joven que él y muy diferente en sus convicciones. Estela era progresista y mucho más liberal que el escritor en sus costumbres. Ambos dan largos paseos de la mano por la ciudad de Buenos Aires. Tal es así que, en una de sus cartas de amor, Borges se refiere a cómo todo en esa ciudad le recuerda a ella.

No sé qué le ocurre a Buenos Aires. No hace otra cosa que aludirte, infinitamente. Corrientes, Lavalle, San Telmo, la entrada del subterráneo (donde espero esperarte una tarde; donde, lo diré con más timidez, espero esperar esperarte) te recuerdan con dedicación especial

Probablemente, algún lector haya recordado a Beatriz Viterbo, leyendo estas líneas. En efecto, ella es la musa de El Aleph; no a otra le dedica ese extraordinario cuento.

Nostalgia de aquellas cartas

¿Serían posible todas estas expresiones de afecto en nuestros días? Seguramente no. Y aunque no dudamos de que, bajo otras maneras y haciendo uso de otros soportes, el amor sigue comunicándose por cualquier medio, no podemos evitar (al menos algunos) sentir nostalgia de aquellas cartas, de aquel amor por correspondencia que fue parte de nuestra cotidineidad y también matería de la mejor literatura. Inolvidables por ejemplo las misivas que Florentino Ariza envío a Fermina Daza y que leímos en El amor en los tiempos del cólera, o las que Juan Manuel Carpio y Fernanda María, personajes de Bryce Echenique en La amigdalitis de Tarzan, se cruzaron durante toda su vida. Y es que, definitivamente, la literatura y la realidad tienden a confundirse en el género epistolar.