El 27 de octubre se celebra el Día del Corrector de Textos. No es, ya lo sabemos, un gran acontecimiento mundial. Poca gente se acuerda de nosotros y mucha incluso desconoce nuestra labor. Pero conviene recordar que este oficio, tan poco valorado hoy, es más antiguo que la misma imprenta.
Ya hemos señalado en este mismo blog que nuestro patrón es Erasmo de Roterdam, aquel sacerdote humanista, a caballo entre el siglo XV y el XVI, que escribió importantes obras para la cristiandad y que, sin embargo, nunca dejó de corregir textos. Su natalicio fue tal día como hoy, un 27 de octubre.
Es verdad que los correctores digitales han venido a hacer un gran servicio y, en parte, a sustituirnos. Pero no lo suficiente como para que podamos prescindir de los correctores humanos. Como ha comentado recientemente el filólogo de la Agencia Efe, Alberto Gómez Font, “las herramientas no son un enemigo, ayudan, aunque, por mucho que se programen, no van a sustituir a la persona”. Y es que la calidad de un texto no puede dejarse en manos de una maquina, si realmente nos importa que el mensaje llegue bien escrito y con claridad.
Además de reivindicar nuestro trabajo, no siempre bien entendido y valorado, aprovecharemos para contarte algunos datos interesantes sobre cuándo, dónde y por qué surgió este oficio.
Primero: oficio de esclavos
Civilizaciones antiguas que todos veneramos, como el Antiguo Egipto, Grecia y Roma, tuvieron importantes figuras dedicadas a la escritura. Ser escriba era una profesión muy importante y prestigiosa. Pero quizás los primeros en corregir a otros fueron los dominum, quienes en Roma supervisaban el trabajo de quienes copiaban libros, un desempeño que les correspondía por supuesto a los esclavos.
Segundo: oficio de monjes
Pero el auge de los correctores vino con las ordenes monásticas en la edad media. En los monasterios se guardaba el saber escrito de su tiempo y se copiaba con exquisito cuidado de hacerlo bien. Por eso, los monjes que se dedicaban a copiar eran los más disciplinados y a menudo renunciaban a banquetes y otras cosas que pudieran distraerlos de su importante labor. Ahí nacen los auténticos correctores. Pues hoy como ayer, por muy bien que escriba alguien y mucho cuidado que preste al texto, siempre son necesarios más ojos.
Tercero: profesionales vinculados a las imprentas
Con la llegada de la imprenta y la difusión rápida de la cultura que esta supone, los correctores se convierten en personas muy importantes para el incipiente negocio editorial. Los errores podían suponer una pérdida importante de dinero, al tener que cambiar las planchas y volver a imprimir.
En nuestro tiempo digital, no cabe duda de que muchas cosas han cambiado. Pero los correctores siguen siendo los responsables de que los textos lleguen correctamente a su destinatarios y, por tanto, ese tesoro que es la palabra escrita se difunda de manera efectiva.