Corría el año 1843 cuando Charles Dickens, que pasaba por serios problemas económicos, escribió Cuento de Navidad. La historia del Ebenezer Scrooge se vendió como pan caliente. Publicada 6 días antes de Navidad, su primera edición de 6000 ejemplares ya estaba agotada al llegar ese día. Desde entonces, se han escrito o producido innumerables versiones y el cuento forma parte de nuestro imaginario más entrañable.

Dickens vio una gran oportunidad comercial en conectar con nuestras emociones más profundas, aquellas que nos hacen mejores personas, en una época en que la sociedad victoriana estaba en proceso de recuperar las antiguas tradiciones. Y además de vender muchos libros, el genial escritor encontró también la ocasión propicia para compartir con sus contemporáneos los valores que la Navidad inspira, en un tiempo en que los niños no recibían los mismos cuidados que en el presente.

Como hombre sensible que era, marcado por una infancia llena de penalidades, Dickens había quedado impresionado por el informe publicado por el Gobierno británico, donde se daba cuenta del sufrimiento que llevaba aparejado el trabajo infantil. Pensó en escribir un panfleto para publicitar aún más esta situación y remover conciencias. Pero, finalmente, encontró un recurso mucho mejor: escribiría sobre la Navidad. El personaje del Sr. Scrooge reflejaba a muchos comerciantes de su tiempo y sirvió para incitarlos a ser más caritativos, especialmente con los niños.

El autor inglés aprovechó además la costumbre que entonces había en Inglaterra de contar historias de fantasmas en torno al fuego en los días de Navidad. Sus fantasmas no dan miedo. Invitan a mejorar nuestras vidas. Al ser un cuento corto, Charles Dickens pasó varias navidades viajando de un lugar a otro para compartir de viva voz su relato con sus contemporáneos. Y estableció una nueva tradición: leer y releer Cuento de Navidad.