Cultivar el conocimiento para contribuir a cambiar el mundo puede ser hoy la máxima de alguna fundación benéfica u ONG. Sin embargo, fue ya la misión que se autoimpuso una mujer nacida en los albores del siglo XX y educada en la célebre Institución Libre de Enseñanza. Hablamos de María Moliner, bibliotecaria que soñó con llevar libros a los rincones más recónditos y redactora de uno de los mejores diccionarios que se hayan publicado nunca. Si quieres saber más sobre su vida y obra te invitamos a seguir leyendo.
María Moliner y su diccionario
El diccionario de María Moliner es uno de los más citados de cuantos se han escrito en lengua castellana. Quienes tratan de elaborar textos claros y bien escritos tienen en él una herramienta de gran valor. Comenzó a escribirlo a los 50 años. Cuando sus hijos ya podían valerse por sí mismos, decidió que era el momento de compaginar su trabajo de bibliotecaria con su gran pasión: el amor por las palabras. Le costó 16 años terminarlo y apenas tuvo apoyos. Tan solo una máquina de escribir, sus lápices y miles de fichas que fue completando con paciencia.
Su idea fue elaborar un diccionario que no solo explicara el significado de las palabras sino también cómo se usaban. Parece ser que ella había aprendido inglés en un diccionario en esa lengua que utilizaba un sistema similar. Moliner explicó que su intención era “conducir al lector desde la palabra que conoce al modo de decir que desconoce”.
El diccionario recibió pronto el reconocimiento de algunas de las mejores plumas de nuestro idioma, como Miguel Delibes y Francisco Umbral, que afirmaron que este diccionario recogía el habla de la calle con sencillez. Aunque el más elocuente fue García Márquez quien sentenció que María Moliner había escrito “el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”.
Un derecho espiritual llamado biblioteca
Decía María Moliner que leer era un derecho espiritual y que, por consiguiente, toda persona debería tener a mano los libros que quisiera leer. Para quienes amamos las bibliotecas y sabemos de la enorme importancia que pueden llegar a tener, las palabras de María Moliner son un motivo de estímulo permanente.
Muchos años antes de iniciar su gran proyecto lexicográfico, María Moliner ya había dejado claras muestras de su amor a las palabras. En el marco de las Misiones Pedagógicas, durante la Segunda República Española, María Moliner, junto con Luis Cernuda, fue responsable de llevar bibliotecas a la España Rural. Se crearon entonces más de 5000 pequeñas bibliotecas con las que se pretendía democratizar la palabra en un esfuerzo sin precedentes en España. A ella le tocó escribir el prólogo del libro Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas. Argumentaba entonces contra quienes veían en el proyecto de llevar libros a los pueblos una quimera o una pérdida de tiempo:
No, amigos bibliotecarios, no. En vuestro pueblo la gente no es más cerril que en otros pueblos de España ni que en otros pueblos del mundo. Probad a hablarles de cultura y veréis cómo sus ojos se abren y sus cabezas se mueven en un gesto de asentimiento.
A pesar de los esfuerzos de su amigo Damaso Alonso por convertirla en la primera mujer en entrar en la Real Academia, este reconocimiento nunca le llegó. Pero si le alcanzó uno mucho más importante: el que le seguimos dispensando todos quienes hoy reconocemos en el amor a las palabras está el germen de una sociedad más humana y más justa.