El mismo Ernesto Cardenal contaba que, allá por los años 40 del pasado siglo, visitó los mejores burdeles de París y se divirtió como el joven burgués que era. Antes había estudiado en México y Nueva York. Amó tempranamente la poesía de Rubén Darío y también pronto se topó con la espiritualidad de Thomas Merton. Fue entonces cuando lo dejó todo para vivir una vida contemplativa como monje trapense en Kentucky.
Años después, siguiendo su espíritu libre y creativo, fundó una curiosa comunidad cristiana y artística en un pintoresco archipiélago de origen volcánico que se encuentra al interior del Lago Nicaragua: Solentiname.
Eso fue antes de comprometerse a fondo con la guerrilla sandinista y ser ministro de cultura con el gobierno revolucionario. Ese compromiso le trajo problemas con la Iglesia. Fue suspendido de su magisterio por Juan Pablo II en 1983, hasta que recientemente el actual pontífice lo rehabilitó.
Sus poemas fundados en versos largos y descriptivos como los de Whitman alumbran una utopía política y mística que, como todas, funcionó mejor en el terreno de la creación literaria que en la realidad: aquella revolución tan violentamente tierna de la que habló Cortázar.
Auténtico buscador de la justicia en la tierra nunca transigió con quienes han hecho de la conservación del poder su eje vital. Por eso no dudó en criticar con la misma claridad con que lo había hecho a Somoza, a su ex compañero Daniel Ortega y su plenipotenciaria dama, Rosario Murillo. Tal es así que en su funeral al que asistieron Sergio Ramírez y Gioconda Belli, cofundadores con él del Movimiento de Renovación Sandinista, su féretro salió de la capilla entre los pitos y reclamos por parte de las huestes clientelistas de Ortega. A las dictaduras no cabe pedirles más.
Con Ernesto Cardenal se nos va uno de los últimos iconos de las revoluciones latinoamericanas del siglo pasado. Ya descansa con Leonel Rugama (Qué se rinda tu madre), Rubén Darío, su admirado Ezra Pound y Marilyn Monroe a la que dedicó esta hermosa oración:
“Señor
recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe,
aunque ése no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.
Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta el Times)
ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo
y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas.
Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras.
Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno
pero también algo más que eso…”