Foto tomada de https://www.lasprovincias.es
Cuesta creer que con 23 años se pueda escribir una novela tan acabada. Carmen Laforet, de cuyo natalicio se cumplen hoy cien años, lo hizo. Agitó las aguas mortecinas del panorama literario de postguerra. Hasta el punto de que su obra se convirtió en una de novelas más importantes del panorama literario español del siglo XX, según la crítica especializada.
Acababa de crearse el Premio Nadal en Barcelona. Era la primera edición de un certamen que pretendía premiar obras inéditas. La novela Nada obtuvo el galardón. Nadie conocía entonces a esta joven que acababa de dejar Las Palmas de Gran Canaria para estudiar Filosofía en su ciudad natal, Barcelona. Escribiría muchas más cosas, pero nada tan impactante como su primera novela. Nada sería suficiente para justificar por completo su figura literaria. De ahí que no falta quien la haya comparado con el mexicano Juan Rulfo.
En los años 50 Carmen Laforet escribió una serie de novelas que exaltaban la pobreza evangélica pero que nunca alcanzaron el interés de su primer libro. Reflejaban su etapa de fervoroso catolicismo que terminó por apagarse pronto. La búsqueda sincera de la fraternidad da paso, años después, al escepticismo que destella en La Insolación, primer volumen de una trilogía que quedó inconclusa.
Nada relata con maestría y sobriedad el estancamiento moral y cultural de la triste sociedad de postguerra en España. Son los años 40 y el desengaño y la frustración se han instalado en clima social. Laforet retrata con extraordinaria sensibilidad los sentimientos de una mujer joven e ilusionada atrapada en un mundo opresivo como fue el franquismo. Juan Ramón Jiménez la elogió y Sender dijo de ella: «es una escritora de gran talento y la primera que en la historia española nos da entera y sin disfraz el alma femenina «desde dentro»».
Nada fue llevada al cine, pero con escaso éxito. A ello no ayudó la censura de la época, que mutiló considerablemente la película. Carmen Laforet falleció en Majadahonda víctima del alzheimer. Se fue sumiendo en el silencio poco a poco, y su nombre y su obra son desconocidas entre gran parte de los lectores actuales. Pero las hermosas palabras de Nada suenan eternas para quienes tuvimos la dicha de leerlas en el bachillerato de décadas atrás:
El ventanillo se abría al cielo oscuro de la noche. La lámpara encendida hacía más alto y más inmóvil a Román, sólo respirando en su música. Y a mí llegaban en oleadas, primero, ingenuos recuerdos, sueños, luchas, mi propio presente vacilante, y luego, agudas alegrías, tristezas, desesperación, una crispación importante de la vida y un anegarse en la nada. Mi propia muerte, el sentimiento de mi desesperación total hecha belleza, angustiosa armonía sin luz.