A sus 91 años, acaba de fallecer Jorge Edwards, uno de los últimos autores de aquello que una vez se llamó el boom latinoamericano, aunque su estilo, mucho más afrancesado, nada tuvo que ver con el realismo mágico de García Márquez o Carpentier. Su amigo Vargas Llosa lo definió como un francotirador tranquilo, aludiendo quizás a su famosa obra, Persona Non Grata, que en 1973 lo dejó a la intemperie por su empecinada manía de buscar la verdad y publicarla. El periodista Rafael Gumucio recuerda: «Creía con una ingenuidad que los lectores le agradecemos, que la verdad no puede hacer daño, que era siempre más dañino el disimulo o el engaño». Su crítica al régimen cubano disgustó por igual a la izquierda que a la derecha. El chileno era uno de esos socialistas que creía en la libertad de crítica y que no dejó de ejercerla en toda su larga vida, aún a costa de convertirse en un autor poco popular o directamente denostado y desconocido, a quien solo una larga biografía permitió alcanzar cotas como el Premio Cervantes. Escribir Bien y Claro te ofrece en esta entrada, como siempre brevemente, algunas claves para entender su obra y una pequeña introducción, para quienes sientan interés, a su lectura.

Primera denuncia del castrismo

En 1973 no era fácil denunciar el castrismo. Edwards había llegado a La Habana como encargado de negocios de la embajada en Cuba de la Chile de Allende, de cuyo proyecto político era un apasionado defensor. Pero le bastaron tres meses para darse cuenta de que aquella no era la izquierda en la que él creía. Lezama Lima, el inmortal autor de Paradiso, se lo advirtió: “Eguar, ¿usted se ha dado cuenta de lo que está pasando aquí? ¿Se ha dado cuenta de que nos morimos de hambre?”.

El chileno se dio cuenta. Fidel Castro también y trató de hacerle cambiar de opinión de manera poco amigable. Pero Edwards, siempre perspicaz, comprendió antes que nadie que el comprensible y legítimo rechazo al yanqui no bastaba para construir la utopía caribeña.. Y, tras su regreso a Santiago, escribió un libro, Persona non grata, que lo dejó en una posición muy incómoda. Julio Cortázar, por ejemplo, cortó relaciones con él por unas críticas al experimento cubano que creía injustas. Pocos años después, intelectuales y artistas empezaron a desmarcarse de la revolución que tanta ilusión había generado en todo el continente. Los hechos le darían la razón a Jorge Edwards, que vivía su exilio en Barcelona, tras el golpe de Pinochet, y que años después volvería a Santiago para hacer oposición a la dictadura militar desde dentro.

Sus memorias

Si hubiera que recomendar una lectura de Jorge Edwards, muchos optarían por Los Círculos Morados, unas memorias cargadas de lucidez y sensibilidad, escritas con un estilo admirablemente limpio. Ahí se encuentran sus primeros pasos intelectuales en el Colegio de Jesuitas de Santiago, donde quedó marcado por el acoso sexual de un sacerdote, su descubrimiento de la literatura y de las vanguardias, su amistad con Neruda y Jodorowski, la vida bohemia y rebelde, etc.

De Neruda a Montaigne

Con Pablo Neruda, Jorge Edwards retomaría la vida diplomática tras el fiasco de Cuba. Fue su amigo y confidente y dedicó un libro al autor de 20 poemas de amor… titulado Adiós Poeta. La intensa relación epistolar entre ambos fue recogida en un interesante volumen publicado por Alfaguara en 2008: Correspondencia entre Pablo Neruda y Jorge Edwards.
Pero si hay un personaje a quien Jorge Edwards admiró y emuló fue al llamado Señor de la Montaña: “He terminado por leer todo lo que encuentro de él y acerca de él. Si quisiera conocerlo todo más o menos bien, tendría la necesidad de una reencarnación. Escribo, pues, por intuición, por capricho, por afecto. Si cometo errores, pido disculpas de antemano…”. Su libro La muerte de Montaigne recorre en breves pero densos capítulos los últimos cuatro años del celebre ensayista. No es difícil adivinar los paralelismos entre el francés y el chileno, y este último nos lo pone fácil entrelazando sus propias reflexiones con las del autor que escribió sus mejores páginas retirado en la torre del castillo familiar de Saint-Émilion.

Adiós a un hombre generoso y leal

Los reconocimientos le llegaron tarde. Pero a un hombre como él, espléndido con sus colegas, valiente para enfrentar la realidad y poco aficionado a los honores, esto nunca pareció importarle demasiado. Fue, no obstante, Premio Nacional de Literatura en 1994 y Premio Cervantes en 1999. Ayer se extinguía su luz en el madrileño barrio de Salamanca. Que la tierra le sea leve.