Imagen de Alexa en Pixabay 

 

Liber era una palabra latina con varias acepciones. Como sustantivo, daba nombre a una parte de la corteza de los árboles en las cuales las antiguas civilizaciones comenzaron a escribir. Por eso, de liber se llegó a libro, tal y como explica maravillosamente Irene Vallejo en El infinito en un junco. Pero liber también era una deidad romana que, andando el tiempo, se convirtió en un adjetivo que ha inspirado grandes sueños de la humanidad: libre. De esta historia se derivan otras muchas. Si sigues leyendo, te contaremos una: la que explica como de libre nacieron liberal y libertario, dos términos tan similares como, aparentemente, contraditorios.

El término “liberal”

Dice Gabriel Zaid, en un artículo publicado en Letras Libres que merece la pena leer, que el término liberal antes que político fue moral. Quiere decir con esto que cuando Don Quijote se refiere a que un caballero ha de ser “liberal” dando limosna, está pensando en virtudes como la generosidad, la amabilidad o la nobleza.

Así lo recoge Corominas en su Diccionario Etimológico. Según el filólogo, esta palabra estaba ya en uso en 1295 con el mismo sentido que le da Cervantes muchos años después.

Mucha agua tuvo que correr bajo los puentes para que, transcurridos cinco siglos, la palabra liberal tuviera una acepción claramente política, dando nombre a infinidad de partidos a un lado y otro del Atlántico: España (1810); México (1822); América Central (1830); Colombia (1848), etc. Las diferencias ideológicas de los partidos liberales en cada país guardan relación con el azaroso curso de la historia, pero hay rasgos comunes que los definen: la relevancia del individuo frente a la colectividad y la oposición al autoritarismo, venga de donde venga.

Libertarios

En 1927, la Real Academia Española recogió el término libertario. Con él se nombraba a una posición política muy en boga en aquellos años. Fueron las décadas en que el anarquismo alcanzó sus cotas más altas de popularidad en la penísula ibérica. Los anarquista propugnaban la supresión de todo gobierno y de toda ley. Pelearon la guerra civil española a la par de comunistas, socialistas y republicanos en general y llegaron a ensayar una revolución dentro del conflicto armado. El cineasta Ken Loach lo contó magistralmente en Tierra y Libertad.

Los libertarios y los liberales no tienen mucho en común. Pero sí que coinciden todos en una cosa: su oposición frontal al autoritarismo. Esa es la razón de que la alianza entre comunistas y libertarios no llegará a buen puerto y los últimos cayeran a menudo bajo las balas amigas.

El caos polisémico del liberalismo

A día de hoy, hablar de liberalismo conduce a menudo a la confusión. No solo depende del significado que le dé el hablante, sino también del valor positivo o negativo que esa palabra le inspire al oyente.

Podriamos sintentizar mucho diciendo que el liberalismo, en el siglo XX, fue una bandera enarbolada por todos aquellos que estaban a favor de la emancipación del individuo y en contra de cualquier forma de autoritarismo. Así Hitler, Stalin y Mao serían todos ellos antiliberales. Y, sin embargo, liberales (o neoliberales) eran también los economistas partidarios del libre mercado durante la dictadura de Pinochet: es decir, libertad para el dinero, pero no para las personas.

Equívocos que son difíciles de superar si no es leyendo a unos y otros autores. Para empezar por algún sitio, recomendamos la lectura de La llamada de la tribu, de Vargas Llosa, extraordinaria semblanza de un ramillete selecto de personalidades liberales del siglo XX, que ayuda a perfilar qué es en esencia el liberalismo y sus contradicciones con otras corrientes de pensamiento en boga.