«Cursi» es una palabra que casi todos hemos usado alguna vez, pero cuyo significado resulta ambiguo. Este mes de junio se ha celebrado en Madrid una exposición con el título de «Elogio de lo cursi». Una buena ocasión para adentrarse en este curioso vocablo, su origen y su vigencia.

El origen de la palabra «cursi»

Muchas son las explicaciones etimológicas que se han dado sobre esta palabra y al final no termina de estar claro cómo ha llegado hasta nosotros. Algunos estudiosos la han relacionado con Cádiz, donde unas hermanas de apellido «Sicur» presumían de adornos copiados de Francia excesivamente ostentosos, con los que ocultaban los remiendos de sus vestidos. La ridiculez de esta actitud habría provocado la mofa de los vecinos. Una explicación atractiva pero poco creíble. Otros piensan en algo más sencillo: una derivación de los «cursillos» de buenos modales que recibían las señoritas andaluzas o de la letra «cursiva», copiada por los españoles de los ingleses con evidente pretenciosidad. También hay una palabra marroquí, «kursi», que en el siglo XVI significaba silla y terminó derivando hacía «catedra» y «pedante».

Significado de la palabra «cursi»

En cualquier caso, la palabra entró por primera vez en el Diccionario en 1869 y su primera acepción fue la de «persona que presume de fina y elegante sin serlo». Más de un siglo después, en 1984, se incorpora un matiz. Se dice entonces que cursi es también aquel artista que pretende mostrar sentimientos elevados sin conseguirlo. Es una sensación que muchas veces tenemos, por ejemplo, ante un poema excesivamente sentimental y artificioso que, más que conmovernos, nos repele o nos causa risa.

¿Una palabra muy española?

Decía Ortega y Gasset, el renombrado filósofo español, que la palabra «cursi» había tenido que nacer necesariamente en España. ¿Por qué? Por lo que parece, este país se vio obligado a imitar en el siglo XIX las modas europeas sin tener los recursos para hacerlo. Es decir, España era entonces un país empobrecido que trataba de emular las costumbres de Europa para pretender ser lo que no era. Más universal fue el querer aparentar de los burgueses adinerados y el rechazo de la aristocracia a este supuesto «igualitarismo», subrayado con acusaciones de pretenciosidad y cursilería. Algo así le sucedió a Emilia Pardo Bazán, a quien la cusilería de su tiempo la indignaba. Lo cierto es que sus acusaciones de cursilería contra mujeres de su época eran creibles muchas veces, pero otras escondían una cierta superioridad de clase.

No obstante, sea verdad o no aquella interpretación de Ortega, lo cierto es que hoy por hoy lo «cursi» es reconocible en muchas culturas. La célebre escritora Corín Tellado ha sido vista como una representante egregia de esta posición estética. Algo un poco injusto, que diría Vargas Llosa. Artistas como ella han triunfado en todos los países y en todas las lenguas, pues el concepto del amor romántico que nos lleva en ocasiones a adoptar posiciones ridículas y excesivas que rozan con la cursilería está arraigado en nuestra cultura occidental. Muy en especial en los países americanos de habla hispana, donde las telenovelas llegaron a convertirse en poderosa industria.

Conclusión

En definitiva, nos sabemos a ciencia cierta cómo lo «cursi» llegó a nuestras vidas, pero sí sabemos que vino para quedarse. Otros le dicen meloso, chabacano u hortera (la lista de sinónimos sería interminable). Pero el exceso de sensiblería y la afectación estarán siempre presente entre nosotros. Aunque, obviamente, su significado no es unívoco para todos. Lo que para algunos es mal gusto, para otros es la culminación de una aspiración perfectamente legítima. Como se suele decir: «para gustos los colores».