Fuente: AFP / Alfaguara

 

No es tan común que un novelista anuncie que publica su última novela. Pero Mario Vargas Llosa, a sus 87 años, es consciente de que no le queda tiempo para más. Especialmente cuando sus novelas suelen llevar un trabajo previo de documentación que, resultando agotador para cualquier persona, se torna inviable para alguien de su edad. Pero eso no quiere decir que haya puesto el punto final a su producción como escritor. Anuncia un ensayo sobre Sartre y confiesa que aspira a que la muerte lo encuentre con el lapicero en la mano.

Le dedico mi silencio

Toño Azpilcueta es el personaje de su última novela. Una especie de quijote peruano. Pero este no se vuelve loco imaginando aventuras, sino obsesionado por el papel integrador de la música criolla: valses, marineros, polkas…

Azpilcueta recibe un día una llamada que cambiará su vida. Es invitado a ver a un guitarrista desconocido llamado Lalo Molfino. En un país dividido y atravesado por la violencia de Sendero Luminoso, la música puede ser, según Azpilcueta, mucho más que un divertimento. Casi una revolución social. Aquello que, según él, debería permitir a todos los peruanos, por encima de sus diferencias, fundirse en un abrazo fraterno.

Huachafería

Según afirma el personaje central de la novela, la huachafería es la más importante contribución cultural que Perú ha hecho al mundo. Si uno busca en el diccionario esta palabra verá que la traducción de la misma es cursi. Pero es una definición muy reduccionista. La huachafería es mucho más. El mismo Vargas Llosa escribió hace años un ensayo sobre ella donde explica que la huachafería es una forma diferente, muy peruana, de ser refinado y elegante. La huachafería nada tiene que ver con la razón y sí mucho con las emociones y con los sentidos. Un vals peruano, para ser bueno, ha de ser huachafo.

Dilatada carrera literaria e intelectual

En 1963, hace ahora 60 años, Vargas Llosa publicaba La ciudad y los perros. Algunos críticos ya se percataron de que estábamos ante una obra genial que, en cierto modo, abría nuevas vías para la literatura peruana y latinoamericana. Luego vino todo lo demás: París, el Boom, el compromiso político e intelectual, el premio Nobel, el reconocimiento de la Academia Francesa e infinidad de artículos donde da cuenta de su capacidad analítica y honestidad intelectual. Se puede estar o no de acuerdo con Vargas Llosa, pero nadie podrá decir que sus argumentos son inconsistentes o que le falta valor para decir “no” cuando su conciencia se lo dicta.

Su presencia entre nosotros ha sido continua e intensa durante más de medio siglo. Ojalá el punto final aún esté lejos. Por de pronto, leeremos con interés renovado su nueva novela. Dicen, quienes la han leído ya, que su ritmo narrativo conserva la frescura de sus mejores relatos, que sus diálogos son magistrales y que, una vez más, la rigurosidad de los datos aportados responde a una investigación exhaustiva que se convierte en sus manos en materia literaria.

Vargas Llosa ha escrito 20 novelas en 60 años, entre las que se cuentan algunas que son auténticas obras maestras. Un legado monumental de un peruano nacido en 1936 en Arequipa, que ha terminado por ser patrimonio de la humanidad.